¡Se vale llorar!

Recibiendo el consuelo de lo alto.

Por: Vivi Flores.

“Tras cuernos, palos”, “cuando llueve, truena”, son frases que muchas veces hemos escuchado decir cuando caen las tormentas de la vida una tras otra y todo parece desmoronarse delante de nuestros ojos. La vida se siente como en las películas de catástrofe, donde muestran con tanta maestría edificios cayendo y dejando las calles desiertas, o las olas del mar cubriendo ciudades al arrebatarse y salirse de su curso. Lo sentimos al experimentar el dolor cuando la gente que se ama tanto pasa de este mundo, dejando un vacío incómodo en el corazón.

He pensado mucho antes de escribir este artículo porque todos queremos leer historias que nos den aliento en vez de congoja, más ahora que nuestro mundo se encuentra como con “dolores de parto” y en donde a diario escuchamos de gente muriendo a nuestro alrededor. La intención de este artículo sí es la de traer ánimo, pero sin subestimar el hecho de que fuimos creadas no sólo con la capacidad de reír, sino también de llorar. ¿Alguna vez has pensado en eso?

Desde pequeñas siempre se nos ha dicho “no llores” o “las niñas lindas no lloran”, pero la realidad es que sí lloramos y no podemos evitarlo cuando algo nos duele profundamente. Las lágrimas genuinas que brotan de nuestros ojos ante la aflicción tienen el poder de ayudarnos a desahogar las penas más agudas del alma trayendo sosiego y con el tiempo calma.

Las lágrimas mi querida mujer virtuosa son buenas porque Dios nos creó con la capacidad de llorar, Eclesiastés 3:4 dice que hay un tiempo de “llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar”. Tenemos el permiso para hacerlo, ¡qué alivio!, Jesús mismo lloró ante la muerte de su buen amigo Lázaro.

¡Lo interesante es que Jesús también nos dice que los que lloran son bienaventurados porque serán consolados!(Mateo 5:4). ¡He ahí el aliento que necesitamos mientras nos dolemos! ¡La experiencia de un buen consuelo viene luego de un buen llanto! Y este consuelo que recibimos luego de haber llorado amargamente, viene con un gran propósito: extender ese consuelo con el que fuimos consoladas. Dios mismo nos consuela con sus hermosas promesas, el Salmo 119:50 dice “Este es mi consuelo, en medio del dolor, de que tu promesa me da vida”.

No hace mucho mi padre partió al cielo y una muy buena amiga me consoló con estas sabias palabras: “Recuerda que si tu dolor actual no te aleja sino te acerca a Dios, entonces es un dolor con propósito.” Realmente sus palabras me dieron una perspectiva diferente a mi dolor ayudándome a mirar al cielo para recibir el oportuno socorro y no a mi sentimiento de vacío producido por el duelo. Es una bendición contar en esta vida con amigas que te saben consolar porque han experimentado cómo Dios lo hace en ellas.

Hoy puede ser el día en el que tu corazón sea alentado por el hecho de saber que Dios nos sostiene y alienta mientras pasamos los tragos amargos de la vida, sabiendo que su gracia es suficiente y que todo lo demás a su debido tiempo sanará. Hoy aún en medio de tu caos personal puedes elegir ser tú un agente de consuelo para alguien que se encuentre en peor condición.

Atesoremos lo que el Apóstol Pablo le dijo a los Corintios 1:3-4 (PDT) “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios que siempre nos da consuelo. Dios nos consuela en todos nuestros sufrimientos para que también nosotros podamos consolar a quienes sufren, dándoles el mismo consuelo que recibimos de él.”

¡Se vale llorar!

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