¿Por mi mejoría, mi casa dejaría?

Por: Vivi Flores

Muchas veces durante mi niñez escuché a los adultos de mi generación decir esa frase: “Por mi mejoría mi casa dejaría”. Siempre lo pensé como algo a lo que apuntar en la vida, algo que debería ser hasta ley para uno, después de todo, uno siempre está pensado así: “yo valgo mucho y siempre me debo esforzar por mi bienestar, aunque tenga que irme de casa”. Aunque este dicho puede ser verdad cuando se ejecuta en el tiempo correcto de la vida, al forzar los eventos o hacerlos a destiempo, puede producir caos y desventura. 

Todo en la vida tiene un orden, porque Dios es un Dios de orden. En Su soberanía Dios ha establecido cada etapa de nuestra existencia para vivirla en Sus estándares, tiempos y valores. 

La Parábola del Hijo Perdido nos muestra que el salir de casa “fuera de tiempo” solo produjo en el joven impetuoso mucha desdicha y miseria, pero a la vez, como todo cuando nos acercamos a Dios, perdón y restauración.

Este joven hijo le pide a su padre la parte de la herencia que le correspondía, lo cual demuestra los afectos de su corazón ya que, al hacer tal cosa estaba implicando que más valía para él lo material que la vida misma de su padre. Las herencias son valores que se adquieren luego de la muerte de un familiar. Es decir, alguien debe morir para uno heredar. Sin embargo, el padre aún vivía.

El padre nos ilustra el amor de Dios. Su amor permitió la rebeldía y de alguna manera respetó la voluntad humana. El padre sabía que el hijo había hecho una petición necia y egoísta, no obstante, le permitió seguir su curso.

El despilfarro y el gasto insensato fueron la constante en el joven lejos de casa. Impulsado por el hambre y la necesidad, el hijo aceptó un trabajo que era inaceptable y ofensivo para cualquier judío, los cerdos eran impuros bajo la ley (Levítico 11:7). Pero su miseria lo llevó a volver en sí arrepentirse y regresar a su padre. Se dijo “Me levantaré e iré a mi padre”. Cuando el hijo volvió al padre, él también volvió al pueblo y a la casa; pero su enfoque estaba en volver con su padre.

Mi querida Mujer Virtuosa, qué hermoso es cuando a pesar de nuestra insensatez podemos llegar a arrepentirnos genuinamente, volver en sí, levantarnos, y regresar al hogar. El hogar no es hogar por los bienes adquiridos sino por las personas valiosas que habitan en él. Pero aún más hermoso es darnos cuenta de que Dios, como el padre de esta parábola, nos recibe con los brazos abiertos y nos honra a pesar de nuestra necedad. El siempre está esperando que entremos en sí, que volvamos al hogar.

Al final en el reencuentro tuvieron una fiesta maravillosa con ropa especial, joyería y comida en la casa del Padre. No fue solo encontrar a un hijo perdido; si no que fue como si hubiera regresado de entre los muertos. Lo que aparentemente estaba lejos ahora estaba cerca. El erudito Pate dice lo siguiente: “La profundidad del arrepentimiento del hijo solo se compara con la profundidad del amor del padre”.

Siempre recordemos que, aunque la hayamos dejado, Dios en su infinito amor nos espera con paciencia para llenarnos de besos y recibirnos nuevamente en casa. Allí no estaremos mejor, ¡allí estaremos siempre bien!

(Basado en Parábola del hijo Perdido de Lucas 15:11-31)

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