Por Vivi Flores
Siempre me ha gustado la jardinería. De una muy buena amiga colombiana, aprendí el arte de cuidar las plantas caseras y a lograr que éstas luzcan verdes, brillantes y con vida todo el año. No hay cosa que me moleste más que ver una hoja seca en una maceta. De otra buena amiga hondureña, aprendí a sembrar pimientos. Yo lo había hecho mal, pero cuando ella vio mi maceta, me hizo ver que la forma en que los había sembrado iba a ocasionar que la planta se ahogara. Así que ella con mucha paciencia y maestría, separó en partes todo lo que yo habría sembrado en solo una maceta y las trasladó a la tierra fértil de mi jardín. ¡Esto dio como resultado mi primera cosecha de pimientos verdes! ¡Que alegría el poder sacar el fruto de mi jardín!
Hablarles de esto me hace meditar en el contraste entre jardines y jardines.
Existen dos jardines en la Biblia que me llaman la atención, uno de ellos es el Jardín del Edén y el otro es el Jardín de Getsemaní. Ambos jardines, entre otras características, ofrecen un gran contraste del corazón de quienes estaban allí para seguir la guía de Dios.
Me explico, en el Huerto del Edén (el cual Dios mismo había plantado) sabemos que vivían Adán y Eva. A ellos, según Génesis 2, se les había dado este jardín para labrarlo y hacerlo producir y además podían comer de su fruto, podían comer de todo árbol de aquel jardín. Pero Dios les había prohibido comer del fruto del árbol del bien y del mal porque entonces morirían.
Ellos eran sin pecado, hasta que la desobediencia que instigó la serpiente en Eva al manipularla diciéndole que “Dios sabía” que el día que comieran del árbol prohibido serían abiertos sus ojos y serían “como Dios” (Génesis 3). Esto produjo la caída que afectó a toda la raza humana, haciéndonos partícipes ahora de esa naturaleza caída con tendencia a hacer nuestra propia voluntad. Como consecuencia Dios en un acto de amor más que de castigo, los expulsó de allí para evitar que ellos siguieran expuestos al árbol de la vida (también presente en el Edén), el cual simboliza el acceso a la vida eterna. ¿Se imaginan lo terrible que hubiera sido vivir una eternidad en pecado?
Pero lo hermoso es que la historia no termina allí, porque siglos de siglos más tarde, en el Jardín de Getsemaní observamos a Jesús, el Salvador de la humanidad, lo vemos sintiendo una gran angustia ante lo que pronto estaría por ocurrirle en la cruz. La Biblia nos cuenta que Jesús, aunque lo que le tocaría enfrentar sería lo más duro y difícil que ningún humano podría vivir, él escogió la obediencia y el sometimiento a la voluntad de Su Padre. Recordemos que él fue también tentado en el desierto cuando Satanás le ofreció convertir las piedras en pan, y darle los reinos del mundo para que lo adorara (Mateo 4). Pero Jesús nos dio un gran ejemplo de honra y obediencia. El dijo: “Padre, si es posible, que pase de mí esta copa (la copa simboliza la ira de Dios por el pecado del mundo) más no se haga mi voluntad sino la tuya”. Jesús le estaba pidiendo a Su Padre que, si “fuera posible”, pero lo más asombroso y que nos debería llenar de profunda gratitud y adoración es que, Jesús escogió en obediencia la voluntad del Padre por encima de la suya.
He aquí el contraste: Romanos 5:19 dice: “Porque, así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.”
¡Que gran alegría deben sentir nuestros corazones ante este acontecimiento! La obediencia de Cristo deshizo la desobediencia de Adán (y Eva, recordemos que eran uno). La Biblia nos enseña que, uno recibe una nueva naturaleza al CREER en que el sacrificio de Cristo en la cruz anuló la deuda que teníamos con Dios, deuda que nos hacía merecedores de su castigo. El pecado que todos tenemos, nos hace lucir secos y sin vida, de hecho, la Biblia nos enseña que la paga del pecado es la muerte (espiritual y física), PERO el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús (Romanos 6:23).
Y tú mi querida mujer virtuosa, ¿en cuál de los dos jardines estás? ¿Te encuentras aún en el jardín de Edén negociando con la serpiente, debatiendo si lo que Dios ordenó es verdad o no? O ¿te encuentras en una circunstancia muy difícil y dolorosa, pero con un corazón que, a pesar de lo retador de ésta, sólo quiere hacer la voluntad de Dios? ¿Quieres aprender a vivir una vida en la tierra a la manera del cielo? Si es así, entonces sólo tienes que orar a Dios para recibir Su perdón por tus pecados y aceptar el sacrificio de Jesús en la cruz por ti.
Es posible agradar a Dios procurando vivir a su manera y no a la nuestra. El Padrenuestro es un gran modelo para nuestra oración y dependencia diaria de Sus Caminos, “hágase tu voluntad…”.
Te animo para que hoy le digas a Dios, que no se haga mi voluntad sino la tuya, por más difícil que sea, reconozco que tu voluntad es mejor que la mía.
Te dejo con esta palabra de la carta a los Romanos para que la siembres en tu jardín (tu corazón), dice así:
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.” Romanos 12:2