Por Vivi Flores
¡Y llegó un nuevo año y con él las resoluciones! Las personas hacen sus resoluciones de año nuevo siempre con la mira de lograr los mejores planes y sueños para sus vidas. Con frecuencia escuchamos del famoso “détox”, el cual involucra dietas o regímenes a base de jugos verdes para tener un cuerpo más saludable, “mente sana en cuerpo sano” dicen como una máxima que los motiva en sus aspiraciones.
Ahora que nos encontramos en la temporada de celebrar la decisión de amar, tenemos que preguntarnos cómo desintoxicar nuestro interior de todo aquello que nos impida amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Una de las cosas más importantes que debemos aprender a hacer, es conocernos desde adentro, nuestra verdadera esencia, es decir nuestro corazón. A veces creemos que nos conocemos bien ya que podemos describirnos por las cosas que nos satisfacen o por las cosas que más nos gustan hacer, creyendo que sólo esto nos define. Sin embargo, esto puede distraernos de adentrarnos en nuestro verdadero yo.
Me explico, Dios nos creó no solo con un cuerpo, sino con un espíritu y un alma, partes de nuestro ser que son inmateriales, invisibles y difíciles de entender aun por los más eruditos. Pero Dios que es el autor de nuestra vida es quien nos conoce bien por dentro y por fuera, por lo tanto, es El quien nos puede revelar y limpiar de lo que realmente está en nuestro corazón.
Una sabia amiga me dijo alguna vez que la enfermedad del cáncer es como el intruso silencioso que muchas veces no se manifiesta sino hasta que las luces rojas empiezan a encenderse. Así como el cáncer, que va aumentando gradualmente sin hacer mucho ruido, así también son las malas actitudes del corazón si se ignoran o si se dejan sin tratar. Jesús dijo que “de todo lo que está en el corazón va a hablar nuestra boca” y también afirmó que “del corazón del ser humano salen los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias.”
Todo esto es incómodo de leer y aún de aceptar, sobre todo si nos consideramos buenas personas, pero si somos honestas con nosotras mismas, podemos afirmar que no pasa un día sin que pensemos mal, ya sea de alguien o de alguna situación, no pasa un día sin que hayamos dicho alguna mentira o quizás en algún momento de nuestra vida nos hayamos encontrado robando un caramelo o un lápiz de la escuela o de la oficina, después de todo, el tomar algo que no es de uno es hurtar según el diccionario; y la lista continúa…
¿Entonces cuál sería el “antídoto” para que nuestro corazón sea limpio de todas estas cosas que lo ensucian y podamos amar sin estorbo? El Apóstol Pablo concluyó de sí mismo lo siguiente cuando se dio cuenta de esta realidad que nos afecta a todos los seres humanos:
“Y yo sé que, en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí, pues según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado. Romanos 7:18-24
Mi querida mujer virtuosa, todas tenemos que librar una batalla diaria en nuestro corazón, pero podemos tener mucha esperanza viendo el ejemplo de Pablo que, aunque reconoció que se sentía miserable por esa realidad, también se fortaleció en su fe en Jesús, quien por medio de su sacrificio en la cruz lo libró de esa condición dándole a él y a nosotras también una vida nueva.
Seamos dóciles para dejarnos transformar por el amor y el perdón de Dios. Cierro con esta promesa de parte de Dios a su pueblo “Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.” Ezequiel 36:26