Por: Vivi Flores
Vivimos en la era en donde nos deslumbramos al ver cómo los actores de cine son transformados por la magia del maquillaje computarizado. Es más, hoy en día nuestros propios teléfonos pueden alterar nuestras fotos en imágenes que reflejen lo que se nos antoje. De hecho, podemos escoger diferentes apps que logran filtrar nuestras fotos de manera profesional y ¡borrando todas las imperfecciones!. Las redes sociales a su vez, dan espacio para que las personas compartan innumerables aspectos con los consumidores de contenido.
Por ejemplo, el otro día escuchaba a una psiquiatra de renombre compartir acerca de la depresión, la ansiedad y las adicciones. Ella comentaba la triste realidad de una de sus pacientes, una influencer, que sufría de depresión y por ende se encontraba llorando en la consulta. Al rato, está totalmente maquillada, pidiendo a la psiquiatra hacer una pausa en la sesión, ya que en ese momento debe alistarse para subir una foto a su perfil de Instagram. Sus seguidores están acostumbrados a verla a más o menos esa hora todos los días. Ella alega que eso es “su droga”, lo que le hace sentir bien, refiriéndose a los “likes” y los comentarios de sus fans. La hacen “sentir bien”, aunque no se sienta bien.
En el mundo existen personas que viven una “doble vida”, sin proponérselo, sino por adulterar sus propios corazones al proyectar algo que realmente no son, o no viven. Estas personas viven hasta cierto punto “presas” ya sea de sus seguidores, del qué dirán, de sus circunstancias, sus temores… y la lista puede continuar. Pero ¿por qué ocurren estas conductas?
Algo que he aprendido en mi proceso de sanar heridas, es que nuestra identidad no la debe determinar lo que hacemos. No “somos” lo que hacemos, ni somos lo que la gente desea o espera que seamos. Más bien, somos quien Dios dice que somos y cuando tenemos esa identidad bien cimentada en lo que nuestro Creador ha diseñado para nosotras, entonces lo que diga o piense la gente realmente pasará a un segundo plano, no nos definirá y el hambre por recibir su aprobación se irá desvaneciendo y apagando. Ese hambre, no será más alimentado por la necesidad de “encajar” porque el sabernos aceptadas en Dios será suficiente.
Podemos vivir ocultándole nuestra verdadera realidad al mundo, pero no a Dios. A El no le es oculto ningún detalle en absoluto de nuestra vida, por más desagradable que parezca. Miremos a la Mujer Samaritana nuevamente, quien al ir al pozo a sacar agua tiene un encuentro con Jesús. El relato nos dice que Jesús luego de ofrecerle la verdadera agua viva (Jesús) y al ella mostrarse lista para recibir más de Él, éste le pide que mande llamar a su marido a lo que ella responde no tener uno. Jesús le contesta con la verdad que El ya conoce de ella, diciéndole: “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.” Juan 4:17-18.
Digamos que esta verdad al descubierto la dejó sin excusas, pero por sobre todas las cosas, la hizo LIBRE. Ella ahora reconoce a Jesús como el Mesías, por haberle dicho todo lo que sabía de ella. Más adelante la vemos recorriendo su aldea y contándole a la gente de su maravilloso encuentro con aquel que la liberó de la mentira en la que vivía. Por más filtros que intentemos poner, por más caretas que queramos usar, llegará un momento en nuestra vida en el que no podremos más y necesitaremos la ayuda de Jesús para deshacernos de las fachadas que solo nos hacen presas de temores y sin la libertad de sabernos aceptadas y amadas por Dios.
Y tú mi querida Mujer Virtuosa, así como la Samaritana ¿que áreas de tu vida te gustaría rendir hoy a Jesús? Cuando las identifiques, te animo a dejar que Él te guíe en el proceso. El no vino a condenarte sino a hacerte libre. Su luz alumbrará los rincones más oscuros de tu corazón, y lo mejor de todo es que ¡lo hará brillar para siempre y sin filtros!