La Invitación

Por: Vivi Flores

Recuerdo que hace unos años, fuimos invitados a la boda de un querido amigo. Él había preparado todo con gran esmero y amor a fin de que todos pudiesen llegar y deleitarse a plenitud. ¡Nos sentíamos como unos VIP! Luego de la ceremonia, nos dispusimos a compartir con todos los demás la gran cena que se ofreció. 

Desafortunadamente, muchas de las hermosamente decoradas mesas estaban casi vacías, muchos de los que habían recibido la invitación, habían fallado en presentarse. Mi amigo no era una celebridad, pero sí era alguien muy importante para nosotros. ¿Te imaginas recibir la invitación de una celebridad y despreciarla?

Esto me recuerda a lo que dice el evangelio de Mateo 26:26-29 “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.”

En este pasaje encontramos una hermosa promesa de Jesús cuando dice “… no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” Verás mi querida Mujer Virtuosa, el Reino de Dios es un Reino de constantes invitaciones a la comunión en Su mesa. Jesús está anticipando el tiempo en el que no sólo sus discípulos, sino todos aquellos que depositaron su fe en Él, un día disfrutarán de Su mesa para siempre.

En la Mesa de Jesús se encuentran elementos de intimidad, de comunión, de perdón de pecados y de celebración. Es Jesús mismo confirmando su sacrificio por la humanidad, por medio de su cuerpo que es “verdadera comida” y de su sangre que es “verdadera bebida” (Juan 6:55). 

En Su mesa toda hambre es saciada, toda alma está llena en Su presencia. Alguien dijo una vez que, el hambre y la sed espirituales no funcionan igual que los físicos, los físicos se sacian con la comida y quedamos satisfechos, pero en lo espiritual, hasta que no “comemos” de Dios no nos daremos cuenta de cuánta hambre teníamos de Él. Cuando nos damos un banquete en la Mesa del Señor, algo extraño ocurre: más hambre y más sed vendrán, querremos más, necesitaremos más de Él.

Amada Mujer Virtuosa, a todos se nos ha extendido esta invitación. No sólo para el futuro sino para hoy, en el día a día, aquella invitación de intimidad sigue vigente. ¿Ya la has aceptado? Si aún no lo has hecho ¿Aceptarás?

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Apocalipsis 3:20

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